Hace algún tiempo mi cerebro jugó ajedréz con el destino, jugó la pieza de la frialdad y ganó el duelo. Mi corazón y mi alma, del otro lado, perdieron y por tanto, firmaron su carta de renuncia.
Ellos, agonizando en el mar de mi indeferencia, aceptaron su cruel destino como la hoja trémula de mi cuaderno que ha de suicidarse dejándose caer del árbol de mi vida cada otoño; claro, no les quedaba más opción.
En aquel entonces, el sesentero inmaduro que vive en mi interior, luchaba por salir, pero el jóven maduro que habitaba en mi cabeza hacía su trabajo, custodiando lo que aquel juego dejó. Mi alma así caminaba palideciendo como un alma en pena, ebria de conocimiento, sin poder hacer lo que mejor puede; sentir. Mi corazón, en tanto, palpitaba... pero no por amor, ni siquiera para bombear sangre... lo hacía tal como un dedo que es presionado, sólo que él, se sentía ahogado, sumido en la angustia más profunda que le permitía sentir su aflicción.
Todo bien, hasta que el equilibrio orgánico se rompió, y al no poder sentir por el monopolio de mi cebrero, el mismo comenzó a desarrolar sensiblidad. Al estar ocupada mi mente en sus estupidos sentimientos, el razonamiento no tuvo cabida en mi ser... así, mi corazón, en contraste, comenzó a pensar. Dicho día, mi corazón decidió que debía volver a escribir... decisión más sensata que podía haber tomado.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario